jueves, 4 de noviembre de 2010

El hombre y la cocina

Los tópicos más típicos nos tienen acostumbrados a que los hombres, en general, no cocinan. Sin embargo, la excepción (esa que confirma la regla) empieza a ser cada día menos excepción y cada vez conozco más hombres que cocinan.

También es cierto que la mayoría de la gente a la que le preguntas por algún conocido/a cocinero/a es incapaz de darte el nombre de una mujer que destaque por ello. Así, nos encontramos con Ferran Adrià, Carlos Arguiñano, Martín Berasategui, Santi Santamaría ... ¿y mujeres? ... humm ... déjame pensar ... ¡Carme Ruscalleda! y ... no sé, no conozco a ninguna más. Seguramente es una injusticia, pero es así.

Tras años de observación, he llegado a la conclusión de que existen diferentes tipos de "hombres que cocinan" (¡qué feo queda así, entrecomillado, se parece a aquella frase de "mujeres que fuman"). Una primera clase sería la de aquellos que lo hacen porque no hay más remedio, vamos que o cocinan ellos o allí no se come. En este apartado entraría un conocido mío. Cuando me enteré que era él el que cocinaba, por lo novedoso del asunto, me pareció original. Después, con el paso del tiempo, vi que era un caso de supervivencia, si no querían morir de inanición, alguien debía agarrar el toro por los cuernos o la sartén por el mango y ponerse a cocinar. Ante la actitud de su mujer, decidió hacerlo él.

Otro tipo sería aquel en el que se acuerda, expresa o tácitamente, un reparto de las tareas del hogar y sobre él recae la importante misión de cocinar. Aquí habría dos subtipos: aquellos (incautos) que eligen cocinar para intentar demostrarle a ella que no es tan complicado y aquellos a los que el caprichoso azar ha designado como elegidos para tan trascendental tarea. Tengo un hermano que hace eso. No sé si fue el azar o un arrebato descerebrado el que le llevó a decir que él cocinaría, pero lo cierto es que ha pasado ya mucho tiempo, él está encantado y su mujer más (entre otras cosas porque se ocupa de todo el proceso, que en este caso incluye hacer la compra).

Finalmente, estaría aquel grupo -el más numeroso sin duda y en el que me encuentro- del "hombre que cocina ... esporádicamente". Cuando entré en el desconocido mundo de la cocina mis logros culinarios consistían en hacer bocadillos, ensaladas, carne a la plancha y, en un alarde de sofisticación, una tortilla francesa. Cuando nació uno de nuestros hijos (reconozco que soy incapaz de recodar cuál de ellos), en casa entró otro miembro de la familia. Si alguno cree que es una obviedad lo que estoy diciendo, no es así, pues no me refiero a la criatura, sino a la Thermomix. Para el que no haya oído este nombre en su vida, decirles que es una especie de robot de cocina que hace "de todo". Cuando mi mujer me explicaba las bondades de este aparato, recuerdo que me dijo que, entre otras cosas, podía hacer pan. Nunca me atreví a preguntar, pero estaba convencido que ponías los ingredientes en el vaso y después salían unas barras calentitas y crujientes.

El caso es que un día me dio por cocinar con ese artilugio (es muy fácil, sólo hay que seguir las recetas del libro) y tuve éxito, por lo excepcional de la situación y -por qué no decirlo- porque lo que hice era comestible.

Hablando de recetas. ¿Cuántos de vosotros os habéis visto en la situación de consultar a vuestra mujer, o madre, acerca de un plato en concreto? Las respuestas son siempre del estilo de "ponle una pizca de sal", "un chorrito de aceite", "un poco de azúcar", "una cucharadita de pimienta" ¿Existe algo tan inexacto como esto?

Poco a poco me fui especializando en repostería y llegué a ser un "maestro", hasta el punto que Q. (el cuarto de mis hijos) me dijo (sic) "Tú si que cocinas bien, no como mamá" ¡Qué injustos son los hijos!


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