lunes, 25 de julio de 2011

Cuando me casé (y fin)

Nos habíamos quedado en que al salir de la iglesia nos habían tirado arroz y pétalos de rosa y nos hicimos fotos con todos los invitados. Después, la sesión de fotos en el Claustro del Monasterio (muy bonito) y en un parque de la que a partir de ese día iba a ser mi nueva ciudad.

En esa sesión de fotos descubrí que el que más manda en una boda es el fotógrafo. El tío elegía todos los lugares en los que hacer fotos (cosa que aceptaba porque para eso es el profesional), pero también le daba por ordenarnos ciertas cosas que a mí no me hacían mucha gracia. Por ejemplo, en un momento dado, se dirige a mi y me dice "coge a la novia". Debí poner cara de "no-sé-de-qué-me-habla-este-tío" porque enseguida añadió "Cógela en brazos". Evidentemente me negué.

Colgaría alguna de las fotos que nos hicimos, pero no lo hago porque creeríais que las he buscado en internet poniendo "fotos de modelos guapos guapos vestidos de novios" y paso de tener que desmentirlo e insistir que somos nosotros.

El convite era en un Hotel cuyo propietario era el grupo empresarial para el que entonces A. prestaba sus servicios. Nos hicieron un buen precio y fue fácil decidirse. Al llegar, los invitados llevaban ya un rato dando cuenta del aperitivo y nos recibió el maître con unas copas de ¿ponche? y el borde azucarado, así como un resumen del aperitivo servido.

Al poco, una vez dentro los invitados, entramos ya en el salón y nos dirigimos a la mesa presidencial donde nos esperaban nuestros respectivos padres. Es uno de esos momentos que recuerdas como ejemplo de lo que es pasar vergüenza. Y no por nada en concreto, sino por la situación en sí.

Lo que está claro es que ese día es el día de la novia. A partir del momento en que sales de la iglesia pasas a ser un cero a la izquierda y todo gira alrededor de la novia. Eres literalmente fagocitado por la figura de la hasta hace unos minutos novia y desde ya esposa. Si entre mis lectores existe alguno en edad casadera, que recuerde esto y se evitará disgustos y, de entre los casados, todos podrán convenir conmigo en que así es. Y no pasa nada, es lo normal.

Cuando estábamos por el segundo plato, mi estómago empezó a lanzarme inequívocos mensajes de que debía levantarme e ir al servicio. Como no podía ser de otra manera, yo intentaba hacerme el loco a semejantes señales, pero mi estómago insistía, así que no me quedó más remedio que acudir al excusado. Llevaba allí un buen rato, en la soledad e intimidad del lugar, pensando en todo lo que estaba ocurriendo cuando caí en la cuenta que quizá se notaría mi ausencia, pues, a pesar de no ser la novia, sí era el complemento de ésta y sobre todo porque no debía quedar mucho tiempo para que trajeran el pastel nupcial. En estas me hallaba yo cuando oí unos pasos entrando en el lavabo de caballeros. Se detienen los pasos y una voz familiar dice ¿Paterfamilias?" (todavía no era padre, pero ya desde pequeñito me llamaban así). Era mi padre que, preocupado por la tardanza, quería saber qué pasaba. Le dije que no se preocupara que salía enseguida. "Pero, ¿estás bien?", insistió. "Sí, sí, ya salgo".

Cuando volví a entrar en el salón noté alguna mirada así en plan clave secreta entre el maître y los camareros, como una señal que daba paso a la entrada del pastel. Lo cortamos con un cuchillo (aquél que se haya frustrado al leer lo del cuchillo porque cree que es más bonito hacerlo con un sable o una espada, se ha equivocado de blog y puede dejar de leer, no sólo no me enfadaré, sino que creo que es lo más prudente) y nos hicimos las fotos de rigor.

Tomamos el café, los invitados que así lo desearon se tomaron una copa, repartimos puros (¡qué tiempos!) y detalles para ellas (una vela aromática de sándalo). A. regaló su ramo de novia y los dos regalamos la figurita de los novios del pastel. Después vino la parte más siniestra de la boda: el baile. No había bailado en mi vida (ni he vuelto a hacerlo después), así que podéis imaginar la patética imagen que ofrecí a los invitados. No sólo soy torpe bailando, sino que tampoco me gusta. Ni siquiera me gusta ver a otros bailando. No sé, quizá es un problema mío, pero es así. Bailé con mi mujer y después me senté a hablar con los invitados.

Después de la fiesta, nos quedamos a dormir en una suite del Hotel, gentileza del establecimiento. A los pocos días nos fuimos a Praga y allí hubo una segunda parte de esa inoportuna indisposición, pero eso ya lo conté aquí

Fue un día genial y el inicio de una vida en común maravillosa. ¡Y ya han pasado 16 años...!

1 comentario:

  1. Jajajajajajjajaja, pobre!!!!.
    Te cuento un secreto, yo, cuando me pongo nerviosa, mi estómago me dá ese tipo de señales y tengo que salir a toda prisa pues mi cuerpo se destempla. Me pasa siempre, y los que me conocen lo saben. Cuando leí mi proyecto fin de carrera, minutos antes de comenzar, tuve que salir pitando de la sala para ir al baño. Al volver todos me sonreían.
    En mi boda no me pasó (procuré andar ligerita...jajajaja) pero todos bromeaban al respecto.

    Por cierto, sólo fui al baño una vez con el vestido de novia puesto, pero no me quedó más remedio que ir acompañada (como no!), pues yo solita no podía con el vestido y demás...

    Tienes toda la razón, en las bodas vosotros sois nuestro complemento, es verdad. Mi marido me decía que no entendía porqué lo había mandado a la peluquería ese día, si nadie se iba a fijar!!! jajajajaja.

    Jooo, y nos vamos a perder las superfotos!!??

    Muchísimas felicidades por ese matrimonio tan fructífero y feliz.
    Un bico gordo

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